Mi andar que no se detiene, yo que no deseo detenerlo, seguramente porque cada paso representa la experiencia de haber probado algo nuevo, la angustia de jamás haber estado allí, la curiosidad que lleva a descubrir y el placer de haberlo conocido. Vivencias dulces y amargas... una lágrima seguida de una consoladora sonrisa, y esa sonrisa perpetrada por la salada soledad de mis ojos. La música que no para, las luces palpitantes, alcohol en las venas... una botella y la que sigue... La mujer desconocida que llegó a besar mis labios, más mujeres, otras, ron, un cigarro, las luces, la música, el humo, ella, yo...
enero 31, 2009
Buscando el fondo
Mi andar que no se detiene, yo que no deseo detenerlo, seguramente porque cada paso representa la experiencia de haber probado algo nuevo, la angustia de jamás haber estado allí, la curiosidad que lleva a descubrir y el placer de haberlo conocido. Vivencias dulces y amargas... una lágrima seguida de una consoladora sonrisa, y esa sonrisa perpetrada por la salada soledad de mis ojos. La música que no para, las luces palpitantes, alcohol en las venas... una botella y la que sigue... La mujer desconocida que llegó a besar mis labios, más mujeres, otras, ron, un cigarro, las luces, la música, el humo, ella, yo...
enero 24, 2009
Eso que causas, Mar

Qué osadía… y pensar lo que este temblor puede causar ahora… ahora cuando… tú allí en el sitio que tienes, y yo, sitiando ese espacio para poder llegar a la orilla de tu lugar.
Qué osadía… y aún así camino, sin poder contenerme, sintiendo que el temblor va ha derrumbarme en cualquier esquina, no puedo parar, tiemblo más y más… guardo las manos en los bolsillos pero los hombros no dejan de moverse en este vaivén prosado, acompasado con el resto de mi cuerpo.
Breve Historia

Así, casi de pronto abriste los ojos, levantaste la vista y te perdiste por unos minutos en la inmensidad del universo; me pediste me acercara un poco más a ti con un suave tirón de mano y señalaste con uno de tus delgados dedos un punto en el cielo; al mirar descubrí una estrella fugaz, que veloz desapareció detrás del filo de las montañas, fue entonces cuando te decidiste a hablar… -¿me amas?- preguntaste ansiosamente; -¿aún lo dudas?- respondí mientras apreté fuerte tu mano… el profundo y pesado silencio volvió a hacerse presente.
La noche todavía no estaba tan entrada y sin embargo, todo a nuestro alrededor estaba cubierto por una densa sombra, todo, menos el lugar que había escogido, allí los tenues rayos de la luna nos daban la oportunidad de mirarnos casi sin dificultad. No dijiste más, te sentaste sobre el pasto verde y terso, nuevamente con un sólo gesto me exigiste que hiciera lo mismo y me posicionara allí junto, y yo, si cuestión alguna obedecí, como esperando que de una vez por todas quebrantaras aquel misterioso ritual pero, me encontré otra vez contigo, a solas en la oscuridad que no decía nada, y no me atreví a pronunciar palabra, pues, temía romper la magia que a base de silencios e inesperadas reacciones te habías encargado de construir.
Después de un largo rato de permanecer allí sentados, me acuclillé delante de ti y sin dejar de mirarte fijamente a la cara, sin perder detalle de ti, me acerque hasta tus labios para depositar en ellos un cálido beso. Luego de ese beso, seguí mirándote, y empapándome de tu imagen; una vez que sentí que ésta me invadía, me aproximé otra vez a tu boca, pero esta vez te recosté en el pasto y me deje llevar por mis deseos…
Me adosé a ti, hasta que nuestros cuerpos pudieron sentirse, nos besamos y ahora los besos subían de intensidad, las manos que habían permanecido quietas ya no podían hacerlo, una peligrosa sustancia invadió nuestras venas vehemente… y así dejando que cada beso nos condujera al siguiente, y dejando que cada caricia continuara con el compás de la anterior, creció la exaltación en nuestros adentros, el deseo se volvió cada vez más intempestivo y el clima de aquel frío y solitario lugar se torno en una atmósfera propicia para entregarnos sin reservas…
Y yacías en el suelo, desnuda, bañada por la luz de la luna… Fue tan mágico aquel encuentro que aún siento la vibración de nuestros cuerpos; te estremecías con cada roce de mis manos, aunque a momentos lucías tan frugal que tuve miedo de no lograr que llegáramos a tocar el cielo; pero conforme la pasión se apoderaba de nuestras almas descubrí que deseabas ese momento tanto como yo… Imposible olvidar como me recorrías, como te deslizabas sobre mí; tus labios me gritaban que te besara y tus brazos me envolvían, al tiempo que intentábamos fundir nuestros cuerpos; tus piernas, tan firmes, se entrelazaban con las mías y tus dedos se mostraban cada vez más impacientes, se paseaban por mi espalda mientras yo, con los míos dibujaba tu silueta. A momentos era necesario recogerte el cabello para poder mirarte a los ojos, esos ojos brillantes que me revelaban lo mucho que gozabas; recuerdo bien esos instantes en los que era imprescindible hacer una breve pausa para recobrar el aliento, entonces me recostaba a tu lado procurando estabilizar mi respiración e intentando no dejar escapar el calor que nuestros cuerpos sudorosos desprendían…
Y así, con la misma intensidad nos amamos toda la noche, sin dejar pasar algún detalle. Fue un momento maravilloso que aún guardo en mi memoria y que se despierta cada noche mientras medito sobre mi cama desierta esperando que pase el insomnio, aguardando lo deseos de volverte a ver, de volverme a cruzar con esos ojos negros, profundos y brillantes que me enseñaron el camino que conduce directo al paraíso y me brindaron la oportunidad de conocer la intensidad de eso que dicen, es amor…
Méndez
Invierno 05’