febrero 19, 2009

LaBeRiNtO


¡Basta!... Basta he dicho hoy al ver la tarde, al enfrentarme al calor del medio día, al sentir apenas unas pequeñas gotas de sudor sobre mi frente. Ya no más, no más de eso que sabe y ha sabido a sal, sal de lágrimas que duelen. No es que me haya cansado de intentarlo, porque sí, lo intenté, más es muy pronto para ver resultados, por eso lo seguiré intentando, sé muy bien que un segundo no redime tanto tiempo. Con furia, con mucha furia grité BASTA... tenía las manos crispadas, las mandíbulas apretadas, el semblante descompuesto y el alma convaleciente por el golpeteo de aquella rabia creciente.

Cómo era posible que te excusaras -o mejor, te evadieras- con aquellas triviales frases, cómo, con qué argumentos tan nefastos defendías esa infantil y estúpida postura. -No toleraré ni uno más de tus caprichos- vociferé antes de salir de la habitación y azotar la puerta dejando que tus palabras quedarán encerradas, como si con eso fuera a lograr que escucharas los ecos de cuanta infamia habías pronunciado. -Recapacitará- me dije con tan poca fe, que aquella frase sonó más bien como un ridículo intento de convencerme de que así sería.

Caminé entonces a largos trancos por la calle de nuestro edificio hasta llegar a la esquina de la Avenida Juárez, donde doble a la izquierda y anduve dos cuadras más sin detenerme a mirar a los aparadores que tanto me gustaban; pasé frente a la cafetería de Don Simón quien quedó extrañado, cuando no respondí a su emotivo "buenas tardes" como habitualmente lo hacía; tampoco me detuve a comprar cigarrillos en la tienda de Doña Martha, ni ha recordarle a Don Caimán que me guardará un ejemplar el periódico del día hasta que volviera a casa; no, no hice nada de eso, era mucho mi coraje como para detenerme a pensar en nimiedades.

Tenía el ánimo devastado, no podía culparte por las escenitas que me montabas, después de todo, había sido decisión mía la de liarme con una loca de tu categoría. -Loca... sí una loca es lo que es- pensé en voz alta, como me hubiera gustado tenerte enfrente para decírtelo, alguien tenía que recordártelo, aunque quizá fue mejor así, seguramente me hubieras respondido -y qué, ya lo sé-, y entonces mi coraje se hubiera potencializado ante tan cínico acto.

Al llegar a Reforma, me detuve violentamente ante la escandalosa bocina de un lujoso auto que me hizo saber que ya no estaba la luz roja, con tal sacudida me encontré de vuelta en la realidad, pues, me había mantenido absorta en mis elucubraciones; entonces caí en cuenta de que había olvidado las llaves del apartamento, seguro las había dejado pegadas en la puerta, con semejante recibimiento que me habías dado la noche anterior, no me habría dado tiempo ni de despegarlas de la chapa. Dubité unos minutos, más pronto resolví no volver al departamento, porque mi regreso, sin lugar a dudas representaría un nueva afrenta contigo, y por esos días, mi paciencia estaba en sus niveles más bajos, y casi podría jurar que mis nervios no tolerarían ni siquiera el timbre lastimoso de tu voz....

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