abril 09, 2009

Quella -funesta- finestra


Jamás pude explicarme la rabia con la que me enfrentaba a lo que de esa ventana provenía... era un ataque subversivo en mi contra -sin que aparentemente tuviera la intensión de serlo-... en cada ocasión que me paraba a pie enjuto al borde de aquella abertura se mezclaban tal cantidad de emociones que no había plataforma alguna que pudiera rescatarme del terremoto... y vaya que la sacudida me aturdía!!!...

Inexplicable el terror que me causaba mirar sus ojos dibujados en el bello rostro que contrastaba con el azul de fondo... me angustiaba pensar que desde ese lugar, inmóvil, me miraba y -que por si fuera poco- con esa mirada escudriñaba no sólo mi cuerpo sino la profundidad de mis adentros... esa peculiar forma de verme me generaba una insoportable sensación de desnudez, que al paso del tiempo se transformaba en un lastimoso dejo de dolor... era como si a través de los ojos intentará escupirme sus secretos. Y yo idiota me enfrentaba a ellos como si realmente me correspondiera tan deshumanizadora tarea; hurgaba las líneas, desenmarañando palabras, avanzando con cautela entre laberintos de letras, con el sopor a cuestas. Era tan brutal el recorrido por aquellos funestos senderos, era tal la dolencia de aquellos torpes y pesados pasos que mis pisadas agónicas quedaban marcadas en el hastío de las arenas movedizas de su escritura.

No tenía porqué, lo sé, aunque nunca se lo dije, siempre pensé que era precisamente aquella mezcla de terror y excitación lo que me seducía, y era entonces cuando perpetraba los cristales de la claraboya y me sumergía irremediablemente entre la tinta y el papel sobre el que trasbocaba, hasta vaciarse, hasta sentir que ya nada dentro le causaba molestia... hasta que el tétrico silencio la invadía y la dejaba en la cama, rendida, profundamente dormida.

Y era entonces su vomito lo que yo leía... frases cortas y suaves, otras largas y brutales, unas dulces y amables, muchas más vivaces, pretenciosas, perniciosas, tendenciosas; las había nostálgicas, dolorosas y caprichosas. Grafías amorfas, azules, doradas, grises y aventuradas, todas por su mano, sutilmente delineadas para darse el lujo de purificarse, mientras prostituía con ellas no sólo mis ojos y mi piel, sino mi pasado y mi fe.

El fastidio de la distancia, lo insoportable que resultó su ausencia, lo febril de su adolescencia, lo grácil de su infancia y lo imprescindible de su juventud flotando en el mar detrás de la ventana, navegando entre frías corrientes de otros ojos y más puños palpitantes que en el cielo surcado de su hoja en blanco se han quedado. Y ya la verborrea y la voz rompen en la playa de la oscuridad y el desconsuelo, y ya yo voy pescando con fervor los breves fragmentos, las viñetas y el sin fin de destellos de brillantes ideas.

Brotan después de las cavidades de mis claros espejos, a cuenta gotas aguas salinas que ruedan hacia abajo por mejillas y cuello, y limpian con desenfreno a su paso, las impurezas que sus vituperios y oprobios han ido dejando a lo largo de mi recorrido morboso, tortuoso, monstruoso.

Y todo del otro lado de la ventana, donde alguna de estas noches, en el preludio de luna llena, se desvanecerán las grafías, la monserga y la prosa profana de su pluma. Cuando de mis lumbreras se agote el plañido y el oleaje arranque de tajo sus constantes rugidos y todos sus sonidos, incluido el desgastante eco de su voz, que trae consigo las voces de otros, que no tienen porque ser: mis demonios.

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