abril 12, 2009

Suspiro entre trazos borrosos, rotosos...

Esa misma mañana, cuando despertó y sintió la punzada que desde hace tantos días le aquejaba, supo de inmediato que había un sobre en el buzón... bajó a grandes trancos la escalera, con un golpe violento abrió la puerta y salió al porche, de un salto libró los escalones y llegó hasta la caja, abrió la tapa apresuradamente, metió la mano y recogió la pequeña cartulina; una vez de vuelta en el pórtico, encendió un cigarrillo, se sentó en la polvorienta mecedora, desdobló el amarilliento papel y leyó:

Y si hoy que es domingo y Dios descansa y no puede mirarnos, mucho menos juzgarnos, conducimos nuestros pasos entre el ruido de las calles... y si con desenfado andamos, sintiendo nuestros cuerpos palpitantes... y sin nos amurallamos y nos perdemos en aquella vieja cama...

Sabés bien que ayer fue en demasía pronto, sabés también que si despierto mañana será entonces -para vos y para mí- terriblemente tarde.

Se me desgasta el recuerdo de vos, me voy perdiendo en tus memorias: somos trazos borrosos, rotosos... Lo sabés, vos lo sabés todo, desde antaño lo supiste... ¿qué hacés hora que no me mirás ni me tocás? Vos dijiste que esto pasaría y pasó, nos pasa... No lo sabés pero yo me encuentro con vos diariamente al doblar la esquina, te miro en otros ojos, me tomo el café con vos y te platico de mi vida... y una vez entrada la noche, como antes, religiosamente te llevo a la cama y me pierdo en vuestras piernas flacas y caderas huesudas... Vos estrenaste mis noches, mi piel, mis huesos y tantas otras cosas... Vos debutaste en mi boca... Esa boca cuyos trazos son ya borrosos, rotosos...

Sos hermosa... son enajenantemente vanidosa... sos tremebundamente dolorosa.

Nuevamente la carta había sido devuelta, miró con tristeza el sol que apenas se levantaba impetuoso en el horizonte, apagó el cigarrillo, exhaló lastimosamente y cerró los ojos...

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